Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. (Juan 17:18,19).
En la
parábola de la oveja perdida, Cristo enseña que la salvación no
se debe a nuestra
búsqueda de Dios, sino a su
búsqueda de nosotros. “No hay quien
entienda, no hay quien busque a Dios; todos se desviaron…”.
Romanos 3:11,12.
No nos
arrepentimos para que Dios nos ame, sino que Él revela su amor para que
nos arrepintamos...
Los rabinos tenían
el dicho de que hay regocijo en el cielo cuando es
destruido uno que ha pecado contra Dios; pero Jesús enseñó que la
obra de destrucción es una obra
extraña; aquello en lo
cual todo el cielo se deleita es la
restauración de la imagen de Dios en las almas que él ha hecho.
Cuando
alguien que se haya extraviado grandemente en el
pecado trate de volver
a Dios, encontrará crítica y desconfianza. Habrá quienes
pongan en duda la veracidad de su arrepentimiento, o que murmurarán:
“No es firme; no creo que se mantendrá”.
Tales
personas no están haciendo la obra de Dios, sino la de Satanás, que
es el acusador de los hermanos.
Mediante sus
críticas, el maligno trata de desanimar a aquella alma, y llevarla aún más lejos de la esperanza y de
Dios.
Contemple el
pecador arrepentido, el regocijo del
cielo por su regreso. Descanse en
el amor de Dios, y en ningún caso se descorazone por las burlas y las sospechas de los fariseos.
Los rabinos
entendieron que la parábola de Cristo se aplicaba a los
publicanos y pecadores; pero también tiene
un significado más amplio.
Cristo
representa con la oveja perdida no sólo al pecador
individual, sino también al mundo que ha
apostatado y ha
sido arruinado por el pecado.
Este
mundo no es sino un átomo en
los vastos dominios que Dios preside. Sin embargo, este pequeño mundo caído, la
única oveja perdida, es más precioso a su vista que los noventa y
nueve que no
se descarriaron del aprisco.
Cristo, el amado Comandante de las
cortes celestiales, descendió de su elevado estado, puso a un lado la gloria que tenía con el Padre, con el fin de salvar al único mundo perdido.
Para esto dejó allá arriba los mundos que
no habían pecado, los
noventa y nueve que le amaban, y vino a esta tierra para ser “herido... por
nuestras rebeliones” y “molido por nuestros pecados”. Isaías 53:5.
Dios se dio a
sí mismo en su Hijo para poder tener el gozo de recobrar a la oveja que se
había perdido...
Cada alma que
Cristo ha rescatado está llamada a
trabajar en su nombre para la salvación de los perdidos. Esta obra había
sido descuidada en Israel. ¿No es descuidada
hoy día por los que profesan ser los seguidores de Cristo? Palabras de Vida del Gran Maestro, 148-150. [349]