“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Rom. 10:4.
EL FIN DE LA LEY ES CRISTO.
La palabra griega télos, "fin",
está aquí en una posición que realza su importancia.
Esta afirmación ha sido interpretada de diversas maneras:
que Cristo es la terminación de la ley;
que Cristo es la meta o propósito de la ley (cf. Gál. 3: 24);
que Cristo es el cumplimiento de la ley (cf. Mat. 5:17);
que Cristo es la terminación de la ley como medio de salvación
(cf. Rom. 6: 14).
(cf. Rom. 6: 14).
La primera interpretación, llamada antinomismo o antinomianismo* es una perversión de las Escrituras (ver com. cap. 3: 31).
Las otras tres interpretaciones son 592 verdaderas, pero la última parece concordar mejor con el contexto de este versículo, pues Pablo está contrastando la forma como Dios justifica por la fe, con los intentos humanos de justificarse por medio de la obediencia a la ley.
El mensaje del Evangelio es que Cristo "es el fin de la ley" como medio de buscar la justicia, para todo aquel que ejerce fe. Quizá sea significativo que en el griego no hay artículo (ver com. cap. 2: 12), lo que indica que Pablo se refiere al principio de ley en general y no a una ley en particular. Además, la tendencia de todo el razonamiento muestra que el apóstol Pablo está hablando de ley en sentido general.
Este versículo no implica que se podía lograr la justicia mediante la observancia de la ley en el tiempo del AT, y que con la venida de Cristo la fe sustituyó a la ley como un medio de alcanzar la justicia.
Desde la caída de Adán, Dios había revelado sólo un camino por el cual los hombres pueden ser salvos: la fe en el Mesías venidero.
(Gén. 3: 15; 4: 3-5; Heb. 11: 4; cf. Rom. 4).
Tampoco debe entenderse este pasaje en el sentido de que Cristo es la terminación de la ley de Dios, y que, por lo tanto, los hombres no están más bajo la obligación de obedecerla.
Cristo es la solución de la ley porque es la solución final del problema del pecado, hecho patente por la ley. El propósito de Dios al proclamar sus leyes a Israel fue mostrarle su pecaminosidad (Rom. 3: 20) y su necesidad de un Salvador (Gál. 3: 24).
Pero los judíos habían pervertido el propósito de Dios y usado sus leyes -la moral y la ceremonial- como medio para establecer su propia justicia mediante sus esfuerzos de obediencia legalista.
Cristo vino para poner fin a este abuso de la ley y para restablecer el sendero de la fe. Esta fe no abroga la ley sino que la establece (ver com. Rom. 3: 31) y hace posible que los hombres cumplan con sus requerimientos (ver com. cap. 8: 4). CBA MHP
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