Es imposible que experimentemos la piedad práctica si dejamos fuera de las cortes del corazón las grandes verdades de la Biblia.
La religión de las Escrituras debe entretejerse tanto con los asuntos que el creyentes considera triviales como con los que le parece que son muy importantes. Debe dotarlo de los motivos poderosos y grandes principios que orientan el carácter y el curso de acción del cristiano.
El aceite, tan necesario para los que están representados por las vírgenes necias, no es algo que deba ser dejado de lado.
El creyente debe traerlo al santuario de su ser para que lo limpie, lo refine y lo santifique.
No es teoría lo que se necesita; son las sagradas enseñanzas de la Biblia, las que no constituyen doctrinas inciertas y sin sentido sino verdades vitales que comprometen intereses eternos centrados en Jesús. En él reside todo el sistema de verdades divinas.
La salvación del creyentes, mediante la fe en Cristo, es el pilar fundamental de la verdad.
Los que ejercitan fe en Jesús lo manifestarán mediante la santidad de su carácter y la obediencia a la ley de Dios.
Saben que la verdad que está en Cristo pone al cielo y la eternidad a su alcance.
Entienden también que el carácter cristiano debe imitar el de Jesús. En consecuencia, estará lleno de gracia y de verdad. A ellos les es impartido el aceite de la gracia que alimenta la luz que nunca se apaga. El Espíritu Santo, en el corazón del creyente,
lo hace completo en Cristo.
Review and Herald, 17 de septiembre de 1895. 19
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